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Salarios, jornadas y la nueva métrica de bienestar laboral

En México, el salario mínimo ha dejado de ser una cifra meramente declarativa para convertirse en la columna vertebral de una política económica y social de largo aliento. La presidenta Claudia Sheinbaum anunció recientemente que a partir de 2026 el salario mínimo tendrá un nuevo incremento del 13%, lo que lo ubicará alrededor de los 315 pesos diarios. Este ajuste, lejos de representar un punto aislado, confirma la continuidad de una estrategia iniciada en 2019 que ha llevado al país de un mínimo de apenas 88.36 pesos en 2018 a niveles superiores a 278 pesos en 2025. Con el incremento por entrar en vigor, México habrá acumulado un crecimiento cercano al 256% en ocho años, algo que no se había visto en cuatro décadas.

La relevancia de este proceso no está solo en el porcentaje, sino en el poder de compra. Hoy, el salario mínimo mexicano permite adquirir aproximadamente dos canastas básicas para una persona, algo impensable hace apenas un lustro, cuando el ingreso mínimo no alcanzaba siquiera para cubrir una canasta completa. La Doctora Sheinbaum ha expresado una meta explícita hacia 2030: mantener aumentos de 12 a 13% anuales, siempre por encima de la inflación, para alcanzar la capacidad de compra de 2.5 canastas básicas. Se trata de un objetivo deliberado, sostenido y verificable, que pone por primera vez en el centro del salario el concepto de vida digna y no solo el equilibrio macroeconómico.

Este giro coincide con una recomposición global. La OECD ha reconocido que en prácticamente todos los países con salario mínimo legal se han registrado incrementos reales desde 2021, y que varias economías europeas discuten jornadas de 35 a 37 horas con protección salarial. En Estados Unidos, donde el salario mínimo federal permanece congelado en 7.25 dólares por hora desde 2009, el debate nacional sobre aumentarlo se ha revitalizado y no parece ya ideológico, sino estructural. México no se mueve en solitario: se suma a una reconsideración mundial del valor del trabajo, de la relación entre ingreso y productividad y del vínculo entre jornada y bienestar.

La decisión anunciada por Sheinbaum para reducir gradualmente la jornada laboral de 48 a 40 horas a partir de 2027, en un país que históricamente ha estado entre los que más horas trabajan sin proporcionalidad salarial, profundiza la dimensión civilizatoria de esta agenda. No se trata únicamente de ganar más, sino de vivir mejor, de tener tiempo disponible, de equilibrar trabajo y vida personal. De nuevo: no es una política coyuntural, sino un ajuste estructural al modelo laboral mexicano.

Las voces que anticipan impactos inflacionarios, movimientos en cadenas salariales o ajustes en sueldos de supervisión repiten objeciones que ya se escucharon en 2019 y que la evidencia ha ido desmintiendo. El INEGI ha documentado que millones de hogares salieron de la pobreza en estos años y ha vinculado ese avance con el crecimiento real, sostenido y por encima de la inflación del salario mínimo. En los hechos, el salario dejó de ser ancla antiinflacionaria y recuperó su función primaria: permitir que quien trabaja pueda vivir con dignidad.

Esto no significa negar los retos. La política salarial debe acompañarse de productividad, capacitación, formalización, inspección efectiva y una negociación colectiva que supere el miedo a los ajustes y abrace la modernización. Tampoco exime al Estado de fortalecer la política industrial y la transición tecnológica que permita que mejores salarios se traduzcan en mayor valor agregado.

Pero algo ha cambiado: México dejó de tratar el salario como un lastre y empezó a entenderlo como un instrumento de movilidad social. Haber llegado a dos canastas básicas no es un destino, es un punto intermedio; el horizonte de 2.5 canastas para 2030 fija, por primera vez, una métrica de bienestar y no solo de supervivencia. Puede que algunos sigan temiendo que estemos llegando a un techo. Sin embargo, los datos, internos e internacionales, apuntan a que el país no está saturando un modelo, sino corrigiendo uno que durante décadas descansó en la resignación salarial.

Más que tocar el límite, México está, por fin, tocando la puerta correcta: la de un modelo laboral que mide su éxito no solo por inflación controlada o metas fiscales, sino por la capacidad real de sus trabajadores para vivir mejor, tener más tiempo y acceder a un ingreso que sea, en verdad, digno y que genere bienestar.

Arturo Maximiliano García Pérez

Diputado Local